La noticia ocupa en la edición del día 29 de abril la portada, mostrándonos la imagen más conocida de Josef Fritzl: el anciano de 74 años, poseedor de una mirada penetrante y desprovista de cualquier atisbo de culpabilidad.
(Fuente: Google Imágenes) |
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Franz Polzer, jefe de la Policía de la Baja Austria (Fuente: Google Imágenes) |
Fritzl observa a la cámara desde una distancia emocional espeluznante, con aparente desdén, acentuado por el arqueo de sus delicadas cejas, por unos labios tensos, prácticamente inexistentes, barridos por el bigote entrecano el que no es complicado percibir cierto descuido -imperativo del confinamiento nocturno en la celda de la comisaría de Amstetten. No podemos separar esta contundente portada (a través de la cual la historia comienza a ganar peso, a estar en boca de la opinión pública) de la noticia que encabeza la sección de INTERNACIONAL en la página 32 del mismo ejemplar:
(Fuente: Bing Imágenes) |
Aquí el texto quizá provoque menos la atención que las imágenes que lo acompañan. La exposición gráfica es efectuada en diversos niveles: desde un mapa para situar Amstetten en la geografía del país alpino, una fotografía aréa tomada de la residencia de los Fritzl y otra su fachada. Un esquema describe las diversas estancias del zulo en el que Elisabeth Fritzl fue encerrada, y que, recordemos, estaba constituido por cinco habitáculos distribuidos en una superficie de
Se introducen datos acerca de la coartada de Fritzl acerca de la desaparición de su hija Elisabeth, que en el momento en el que fue destapado el caso de incesto contaba con 42 años. Se aportan detalles de cómo su cautiverio fue descubierto por las autoridades de la población austriaca.
Elisabeth Fritzl, a los 15 años (Fuente: Bing Imágenes) |
Otra de las constantes de este caso empieza a ganar peso en las páginas y dos artículos de opinión en La Vanguardia o en ABC pueden funcionar como ejemplos: 1) la sensación de que es imposible que el propio Fritzl haya llevado en solitario esta tortura, pero también 2) la indignación generalizada de una sociedad acostumbrada a ver nacer a seres humanos despiadados (personas que no tardan en perder los atributos que lo califican como tal y serle adjudicados otros, los que son propios de un monstruo) de su seno y la aterradora certeza de que el mal crece, se desarrolla, pervive en los dobleces de lo cotidiano.
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